La fábula del ciervo y la IA
- Ernesto Bañuelos
- hace 4 días
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Dos cazadores han salido al bosque. Van agazapados, atentos, cuando de pronto uno de ellos señala en silencio a su izquierda: una liebre solitaria, presa fácil. Cruzan una sonrisa de satisfacción: ni una hora llevaban de caza y ya tenían algo con lo que regresar. Uno puede quedarse a descansar mientras el otro dispara y cobra el trofeo. Pero en ese instante, un ruido a la derecha los interrumpe. Un enorme y hermoso ciervo macho aparece entre los árboles, mucho más grande y valioso que la liebre.
La liebre asegura comida inmediata, pero pequeña. El ciervo exige confianza mutua: si uno de los cazadores se distrae, si alguien rompe la coordinación y el trabajo en equipo, ambos vuelven con las manos vacías.
¿Qué harías tú?
Esta antigua fábula de la teoría de juegos (esa rama de las matemáticas y la economía que estudia cómo tomamos decisiones cuando nuestros resultados dependen también de los demás) encierra una moraleja clara: sin cooperación y confianza, los equipos corren tras la liebre. La presa rápida, los resultados inmediatos, el clásico “ya libramos el trimestre, vámonos por la cerveza”. En el corto plazo parece sensato (más aún con el director respirando en la nuca), pero el gran banquete desaparece.
Cuando cada uno persigue liebres por su cuenta, el sistema se fractura: la colaboración se diluye, la confianza se quiebra, y el ciervo vuelve a internarse en el bosque.
Ese mismo dilema lo están viviendo hoy las empresas con la inteligencia artificial.
La liebre es el ROI inmediato: un ahorro rápido, un KPI que luce bien en la junta de resultados, un cliente contento con menos horas facturadas. El ciervo es la transformación sostenible: rediseñar procesos, crear nuevas formas de trabajo y construir confianza para que la innovación se multiplique.
El problema es que, cuando la organización corre tras la liebre, termina sacrificando el ciervo. Y en el camino quema a una figura muy demandada, pero poco valorada: los pioneros.
Son esas personas que se atrevieron a probar, a experimentar, a liberar horas y abrir caminos. Su aporte se celebra (“¡qué bárbaro Pepe!, nos enseñó a automatizar la captura de pedidos, vámonos por la cerveza”), pero rara vez cambia las reglas del juego. Pepe se desgasta mientras la empresa absorbe el beneficio, sube la meta y vuelve a medir con los criterios de siempre.
Resultado: Pepe se frustra… o se va. Y con él no solo se pierde a un empleado, sino la oportunidad de cazar al ciervo.
Lo más irónico de todo esto es que, muchas veces, el éxito inicial es el principio del estancamiento. Cuando una empresa logra resultados rápidos con inteligencia artificial o nuevas tecnologías, el instinto natural es cosechar lo antes posible. Se suben metas, se ajustan precios, se aprietan los plazos. El mensaje implícito es: “Si ya lo hiciste una vez, ahora hazlo en la mitad del tiempo y con menos recursos”.
Y ahí se rompe la magia.
Lo que comenzó como un proceso de descubrimiento y aprendizaje se convierte en una carrera de métricas. La confianza se erosiona, la curiosidad se apaga y los equipos dejan de compartir lo que aprenden.
Ojo, no quiero romantizar el aprendizaje ni renunciar a la productividad. La idea es entender que la productividad verdadera no nace de exprimir hasta la última gota, sino de construir sistemas y procesos que generen valor sostenido en el tiempo.
Sortear la trampa de la liebre no depende de más tecnología, sino de rediseñar las reglas del juego: durante décadas, las empresas operaron como una máquina: jerarquías claras, procesos medibles, eficiencia como religión.
Pero, ¿qué crees? la inteligencia artificial no es un sustituto de motor para esta máquina.
Su verdadero poder no surge del control, sino de la autonomía: de permitir que los equipos y los individuos curiosos experimenten, creen y compartan sin miedo, sabiendo que cada cambio que aporten será pensado en cambios estructurales más que en números inmediatos. Entonces la eficiencia será consecuencia de una producción con propósito proporcionada por una inteligencia colectiva exponenciada.
Construye confianza. Confianza para experimentar sin castigo (“¿para qué lo haces así si siempre lo hemos hecho de esta otra manera? No pierdas el tiempo y entrégame ya.”) Confianza para compartir lo que funciona sin miedo a que te suban la meta (“si la IA te lo hizo la semana pasada en 5 minutos, ya le agarraste la onda, ¿no? Ahora ya sabes, busca que sea en 2, ¿no?”). Confianza para cazar el ciervo juntos.
La transformación real no ocurre cuando la IA sustituye tareas, sino cuando cambia la cultura, deja de ser un accesorio brillante y se convierte en parte natural de la forma en que las personas piensan, colaboran y crean valor.
La inteligencia artificial no vino a reemplazar personas. Vino a revelar quiénes están dispuestos a trabajar distinto. Los que sepan combinar resultados con reflexión, tecnología con propósito, y velocidad con sentido, serán los que construyan empresas más humanas, más sabias y más vivas.
El ciervo no se caza corriendo solo. Se caza cuando todos confían lo suficiente para apuntar en la misma dirección.
Y entonces, el bosque entero se convierte en oportunidad.



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